¿De qué hablamos cuando hablamos de género?

Por Mariana Turiaci
Editora en Sobre Tiza, periodista, docente y licenciada en Ciencias de la Comunicación.

Desde el año 2015, cuando la campaña Ni una menos logró instalar en el centro del debate público la problemática estructural de la violencia machista, empezamos a hablar de temas que hasta hace poco tiempo antes solo eran preocupación de sectores académicos. Términos como género, sexismo, estereotipos de género, androcentrismo, feminismo, empezaron a circular tanto en la agenda pública como en la mediática.

Ahora bien, ¿de qué hablamos cuando hablamos de género? Y la respuesta está en el vasto y heterogéneo campo de los estudios de género.

Cuando nacemos, somos asignados a un sexo en función de las características físicas y biológicas que presentan nuestros cuerpos. Y la definición es binaria: varón o mujer. Sobre ese binarismo, se asignan los géneros: masculino o femenino. A su vez, a cada género se le atribuye una orientación sexual que es heteronormativa, es decir, el deseo sexo-afectivo será hacia una persona del otro sexo/género. Pero dos de los postulados principales de las teorías sobre el género es que la biología no es destino y que todo esto que parece tan “natural” en realidad es una construcción socio cultural.

En principio, podríamos decir que el género es la construcción cultural de la diferencia sexual (Lamas, 1993). Es decir, sobre el sexo biológico asignado al nacer, existe una atribución de determinados valores, conductas y características. La diferencia sexual está simbolizada  culturalmente. El género es, por lo tanto, una construcción socio cultural.

Esa construcción de los géneros se lleva a cabo principalmente a través del lenguaje y circula a través de discursos que nos rodean desde que llegamos a este mundo. Las expectativas en cuanto a lo femenino y a lo masculino, los modelos de conducta esperables de unos y de otras, las características que deberían tener un varón y una mujer, se vehiculizan a través de discursos sociales, mediáticos, jurídicos, institucionales, religiosos, etc. El género es también una construcción discursiva. El lenguaje produce y reproduce al género.

De esa forma, los conceptos de género estructuran la percepción y organizan la vida social, nos hacen ver el mundo de una determinada manera, que generalmente es androcéntrica. ¿Qué es el androcentrismo?  Ocurre cuando el varón se convierte en el parámetro de la vida social, por el cual todas las demás identidades de género se definen por su oposición. Entonces, esquemáticamente, si el varón es fuerte y trabaja fuera del hogar, la mujer es débil y trabaja dentro de su casa. Podríamos pensar entonces que hay toda una trama de sentidos sobre los géneros que nos ronda desde pequeños.

¿Por qué desde pequeños? Porque basta con el anuncio de un embarazo para que empiece a desplegarse una serie de preguntas y de afirmaciones, es decir discursos, a partir del sexo/género de ese bebé. Desde el color de las paredes de la habitación hasta los juguetes que se le van a regalar, pasando por las expectativas sobre su futura sexualidad.

Siguiendo a Judith Butler, el género es, a la vez, una performance y performativo ¿Por qué? Porque a través de todas nuestras conductas estamos, de cierta forma, actuando nuestro género, poniendo en escena actitudes y comportamientos en función de la etiqueta asignada a nacer. Pero, además, el género es performativo porque desplegará una serie de normas sobre los deseos, los comportamientos, las formas de vestir y vincularse, las aspiraciones, etc. Es cuando la performance se convierte en norma.

Además, el género es un elemento constitutivo de las relaciones sociales basadas en las diferencias que distinguen los sexos. Así es que se cruza con los sistemas de parentesco, la economía, la política y la organización de la vida social. Ahora bien, ¿Qué queremos decir con esto? Veremos que son cuestiones tan cotidianas que estuvieron naturalizadas hasta hace muy poco tiempo atrás.

Por el lado de las relaciones de parentesco, el matrimonio se convirtió en el único ámbito de una sexualidad legítima y productiva. Una sexualidad heteronormativa cuya finalidad era la procreación, dispositivo de poder centrado en la vida y en los cuerpos (Foucault, 1998). Si ponemos el foco en la organización de la vida social, la división del trabajo en clave de género es una de las cuestiones centrales en el desarrollo de la sociedad capitalista. Mientras los varones salían a trabajar para cumplir con el rol de proveedores, las mujeres se quedaban en la intimidad de los hogares dedicándose a las tareas domésticas y de cuidado. Hoy en día sabemos que eso constituye trabajo no remunerado y que representa un importante porcentaje del PBI.

Si vamos un poco más allá aún, las categorías de género se articulan con el funcionamiento del poder. Esas diferencias que se le asignan a cada género se convierten, muchas veces, en desigualdades porque mientras los varones ocupan los lugares de decisión y de visibilidad pública, las mujeres quedan confinadas a espacios de privacidad y con menos posibilidades de decisión, incluso sobre sus propios cuerpos. Por ello, la lógica del género es una lógica del poder y es también la forma paradigmática de la violencia simbólica (Bourdieu).

En ese sentido, los medios de comunicación, como constructores de gran parte de la realidad social, desempeñan un papel muy importante en la difusión de imaginarios y estereotipos de género porque ellos también hacen circular determinados discursos sobre lo femenino y lo masculino. Fundamentalmente por su capacidad de llegada masiva a las audiencias y por el rol social que los legitima como comunicadores sociales, tienen una gran responsabilidad en la cuestión. Es tan importante el papel que desempeñan que la Ley de Protección integral para prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra las mujeres (26.485) concibe a la violencia mediática como una modalidad de violencia simbólica.

Mucho se ha transitado socialmente en estos últimos años en las cuestiones referidas aquí. La sociedad comenzó no sólo a hablar sobre temas tabúes sino además a repensar y cuestionar ciertas ideas muy arraigadas. Se consiguieron muchos logros en este último tiempo y aún queda mucho por trabajar porque los cambios culturales son los más complejos y los que más resistencias encuentran. Lo cierto es que el género, lejos de ser algo “natural”, es cultural y discursivo, tramas que cambian permanentemente.

 

Acerca del autor

Verónica Galarza

Soy Lic. en Psicología egresada de la Universidad de Buenos Aires (UBA).

Me dedico principalmente al área clínica, y brindo atención a adolescentes, adultos, adultos mayores y pacientes oncológicos. También ofrezco orientación a padres, parejas y familias.

En cuanto al área de trabajo, diseño estrategias de búsqueda en selección y reclutamiento, que incluyen procesos de entrevistas y selección, programación de avisos, elaboración de perfiles e informes psicotécnicos, en esta área cuido la articulación del trabajador con la organización y viceversa.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.